“…la palabra 'Sajón' deriva de Seax, que es una especie de espada. Las tribus germánicas tomaban sus nombres de las armas que utilizaban. Una parte de ellos, así como los anglos, los jutos y los frisones, invadieron la Gran Bretaña a comienzos de la Edad Media. Según la tradición inglesa, los primeros de ellos habrían sido dirigidos por dos hermanos, Hengist y Horsa, que habrían ido por requisitoria del rey bretón Vortigern, hacia el 450, a fin de defender la isla de Bretaña contra los pictos, población indígena no romanizada. En todo caso, la llegada de los sajones y los problemas políticos relativos al desmembramiento de la Bretaña romana en numerosos reinos confluyeron en un período sombrío, que la historiografía inglesa registró bajo el nombre de "edades oscuras". Un despoblamiento masivo, ligado a las calamidades de la guerra y a las epidemias, parece haber favorecido igualmente la germanización de la antigua provincia romana…”
Si nuestro propósito es derrotar a los ingleses, bien viene recordar quiénes vinieron del continente para luchar contra nuestros antepasados y, a la postre, se quedaron con el reino de los antiguos bretones para convertirse en nuestros actuales enemigos. Y nada mejor que visitar esas tierras germanas, con el desconocimiento total de si vamos a vérnoslas con gente amigable u hostil.
Como avanzadilla, cuento con 2 compañeros infatigables de viajes que son O’Connor y McMax. De momento, intuyo que el primer problema con estos dos será si el suministro en cualquier bar que entremos será suficiente. Viajamos con una compañía inca de bajo coste y llegamos a Frankfurt donde nuestro albergue de 4 estrellas, buscado por el irlandés, se sitúa en las afueras. Esa primera noche buscamos un sitio donde nos dan de cenar, ayudados por un compatriota que encontramos y que habla perfectamente la lengua bárbara. Nos indica que los mejores pubs para visitar por la noche están en el centro de Frankfurt cerca del río.
Al día siguiente, recorremos el centro de la ciudad, buscando una torre o rascacielos donde nos dejen subir para verlo todo desde las alturas, admirando las construcciones germanas (combinan edificios gigantes con típicas casitas de vivienda alemanas, parecidos a los detasch ingleses) y parando de cuando en cuando en uno de los innumerables bares que hay por allá. La gente utiliza mucho la bici y no se oye ni un bocinazo.
Por la noche, empieza a desfasarse el tema. Tras una abundante cena, nos encontramos con un bar español en la que sirven tintos de verano. La camarera no tiene ni puta idea de español, ni inglés, así que la conversación es por signos. Después nos vamos a un pub en la que el camarero se queda a cuadros cuando le pedimos ‘tres pelotis’. O’Connor se encarga de explicarlo, y ante el asombro del resto de los que están en la barra, nos sirven 2 ballantines con cola y un johnny con light. Al vigésimo peloti, comenzamos a hablar con 2 hermanos que han estado varias veces en S Vicente de la Barquera y otros colegas suyos. Por supuesto, como buenos alemanes están como una cuba, pero las risas que nos echamos son impresionantes. La vuelta es accidentada, porque nos colamos en un tren (gran McMax que habla con una encargada de la estación en perfecto inglés alcohólico), nos pilla el revisor, nos clava una multa (que resulta ser más barata que el propio billete) y conseguimos llegar al NH.
La mañana siguiente nos decidimos tomar con más calma la farra porque los 30 pelotis aún siguen haciendo efecto, así que nos dedicamos a pasear por el centro y comprar souvenirs.
Conclusión: estos alemanes están locos, pero eso mismo debieron pensar de nosotros cuando pedimos en un bar a las 11 de la mañana 9 jarras de cerveza y tres chupitos de Jagermeister, como aperitivo antes de comer.
Si nuestro propósito es derrotar a los ingleses, bien viene recordar quiénes vinieron del continente para luchar contra nuestros antepasados y, a la postre, se quedaron con el reino de los antiguos bretones para convertirse en nuestros actuales enemigos. Y nada mejor que visitar esas tierras germanas, con el desconocimiento total de si vamos a vérnoslas con gente amigable u hostil.
Como avanzadilla, cuento con 2 compañeros infatigables de viajes que son O’Connor y McMax. De momento, intuyo que el primer problema con estos dos será si el suministro en cualquier bar que entremos será suficiente. Viajamos con una compañía inca de bajo coste y llegamos a Frankfurt donde nuestro albergue de 4 estrellas, buscado por el irlandés, se sitúa en las afueras. Esa primera noche buscamos un sitio donde nos dan de cenar, ayudados por un compatriota que encontramos y que habla perfectamente la lengua bárbara. Nos indica que los mejores pubs para visitar por la noche están en el centro de Frankfurt cerca del río.
Al día siguiente, recorremos el centro de la ciudad, buscando una torre o rascacielos donde nos dejen subir para verlo todo desde las alturas, admirando las construcciones germanas (combinan edificios gigantes con típicas casitas de vivienda alemanas, parecidos a los detasch ingleses) y parando de cuando en cuando en uno de los innumerables bares que hay por allá. La gente utiliza mucho la bici y no se oye ni un bocinazo.
Por la noche, empieza a desfasarse el tema. Tras una abundante cena, nos encontramos con un bar español en la que sirven tintos de verano. La camarera no tiene ni puta idea de español, ni inglés, así que la conversación es por signos. Después nos vamos a un pub en la que el camarero se queda a cuadros cuando le pedimos ‘tres pelotis’. O’Connor se encarga de explicarlo, y ante el asombro del resto de los que están en la barra, nos sirven 2 ballantines con cola y un johnny con light. Al vigésimo peloti, comenzamos a hablar con 2 hermanos que han estado varias veces en S Vicente de la Barquera y otros colegas suyos. Por supuesto, como buenos alemanes están como una cuba, pero las risas que nos echamos son impresionantes. La vuelta es accidentada, porque nos colamos en un tren (gran McMax que habla con una encargada de la estación en perfecto inglés alcohólico), nos pilla el revisor, nos clava una multa (que resulta ser más barata que el propio billete) y conseguimos llegar al NH.
La mañana siguiente nos decidimos tomar con más calma la farra porque los 30 pelotis aún siguen haciendo efecto, así que nos dedicamos a pasear por el centro y comprar souvenirs.
Conclusión: estos alemanes están locos, pero eso mismo debieron pensar de nosotros cuando pedimos en un bar a las 11 de la mañana 9 jarras de cerveza y tres chupitos de Jagermeister, como aperitivo antes de comer.