sábado, diciembre 16, 2006

Salvar al soldado Gamoño


“…cuando el campamento inglés iba preparándose para el descanso y los soldados se retiraban a dormir, nos desplazamos un poco más a la linde del bosque desde donde les observábamos, a fin de descubrir dónde habían apostado los centinelas. La tienda principal se había colocado cerca del centro, al igual que esa impresionante carreta del conde de Essex, cuyo botín debíamos saquear. Los caballos piafaban suavemente en el cercado provisional que les habían levantado al percatarse de nuestra presencia, pero afortunadamente no se pusieron nerviosos. Llevábamos más de una jornada acechando el sitio para poder lanzar el ataque esa noche, contando con la ventaja de la oscuridad a pesar de participar muy pocos hombres. En ese momento, me encomendé al Todopoderoso para que, si al menos no salía bien la avanzadilla, las bajas fueran las menores posibles…”

Sobrepeña, año 1995. Yo era un retaco perteneciente a las huestes de los juveniles de ACG. Ya conocíamos y temíamos a los ingleses, porque su poderío nos agobiaba por todas partes. Y era momento de iniciar nuestra preparación hacia la lucha: técnicas de emboscada, ataques y retiradas rápidas, avances en grupo, primeros montonetes…
Contábamos con unos instructores geniales: Manolo (de la villanía de Ntra Sra de los Dolores), Andrés GS, Arancha la Pancha (estos se pasaron al bando inglés desgraciadamente), Víctor y Toñi (grandes cocineros), lady Benita-Enriqueta (alias Laura)…y su entonces novio, el gran Gamoño.
Su nombre de guerra ya lo dice todo: a los ingleses ya les tenía calados. Sus chistes eran capaces de desmoralizar un batallón enemigo (especialmente el del pollo de Kentucky) y sus arengas eran demoledoras. Bastaba su sola presencia para que cualquiera de nosotros esperara que algo grande iba a suceder.
Su palabra favorita: cojones. Si en un discurso faltaba esa palabra, o bien le dolía la muela (en cuyo caso la sustituía por otra peor), o bien es que se celebraba misa.
Durante mi primera estancia en Sobrepeña, un entrenamiento que nos propuso era perseguirle por el bosque de noche a oscuras. Él iba corriendo y de vez en cuando nos silbaba para que todos le persiguiéramos utilizando únicamente el oído. Nos silbó unas cuantas veces pero éramos incapaces de dar con él. El resto de instructores se maravillaba de lo bien que lo estaba haciendo hasta que dejó de silbar por un espacio largo de tiempo.
Un amigo mío, rastreando por allá, pudo escuchar una voz quejumbrosa: "¡Javi!..¿eres tú?...¡ayuda!..¡pide ayuda!" El tal Javi no se lo podía creer: Gamoño había caído de bruces en un matorral inmenso de zarzas. La cosa había sido así: corriendo a oscuras, había saltado un seto pensando que no había nada al otro lado y se encontró con una cama de espinas. A eso hay que sumar que iba en mangas cortas y pantalón corto.
Costó 2 horas sacarlo de ahí, a base de tablas y un huevo de esfuerzo. Lo más gracioso es que hasta Longshanks participó en el rescate (casi le da un síncope ante los improperios de Gamoño; un poco más y no hace falta la leyenda de P. Wallace) y en la tortura que supuso arrancarle todas las espinas.
Pero ese ha sido el sacrificio que nos sirvió a los futuros combatientes para poder luchar contra un enemigo implacable que no debemos subestimar, y ante el que no podremos bajar la guardia.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Sencillamente impresionante, grandioso...

Mc Max dijo...

No puedo evitarlo, llevo mucho callándomelo por no provocar las iras de tamaño luchador del clan, pero hay que tener coj... para ir a salvar al soldado Gamoño, a ver quien salva al que a ido a salvarle, sobre todod a los que hicieron que se le clvasen más zarzas cabreándolo más aún.

Usando la frase de un inglés Ave María Purísima.